22 feb 2010

El tordo del señor Prudencio

Voy a retroceder en el tiempo para contaros una anécdota que ocurrió en unas «Ferias y Fiestas» de hace, por lo menos, cincuenta años.
Como ya lo venía haciendo desde años atrás, llegó, al compás de la gaitilla y el redoble del tamboril, el Señor Prudencio (por llamarle de alguna forma y por serlo) cargado con todos sus cachivaches con los que sacaba «para ir tirando». Además, este año acudió con un pájaro tordo al que había educado pacientemente para que le ayudase en su labor y al que dio por llamar Moro.
Se instalaba el personaje en la parte baja del Arco del Alcocer, al lado de los demás carruseles y solía recogerse en la entonces popular taberna de Ignacio Serrano.
En la bulliciosa mañana del domingo primero de Junio, madrugó para ir a presenciar «El novillo del Alba». Antes se pasó por la referida taberna a encargar a su dueña que le preparara para la comida un besugo, cosa en la que tenía la especialidad, aparte de que él no podía comer por razones de salud, cochinillo que hubiese sido lo típico; además, muy amante de lo suyo, dejó encargada a la señora Leonor de tener cuidado con el gato no se fuera a zampar al tordo.
Después ambuló por las calles y plazas de Arévalo para ir adentrándose en el ambiente y disfrutar de él, pues son, quizás, los no habituados a ello quienes mejor lo degustan. (Los propios lo sienten). Estaba la mañana fresca, se notaba la brisa húmeda que subía del Adaja a la salida del baile «La Esperanza» y flotaban en el aire los olores tradicionales de churros, chocolate y aguardiente de orujo envueltos en risas y voces. Se encontró nuestro hombre entre el revuelo del típico encierro; vio a los mozos correr delante de los bravos novillos y a las chicas, desde la barrera, gritar y llamar la atención de los bichos. Presenció también la «prueba de la casta»: lucha del joven novillo contra los mozos. Luego, al terminar el festejo, regresó para preparar sus armas de trabajo.
Empezó como siempre, dando voces y rodeado de muchachos: ¡Señoras y Caballeros! [Prueben la suerte, lean su futuro! ¡Sólo por cinco céntimos! (de cobre, de hace más de medio siglo).
El tenderete consistía en una caja cerrada y elevada por tres patas donde guardaba unas papeletas dobladas contando en ellas alguna cosa con la que quedar bien con todos. Entonces el pájaro, que estaba suelto, metía la cabeza por unos agujeros y con el pico sacaba la papeleta, siempre claro está, a la voz de su dueño que le indicaba si debía sacarla para señora, señorita o caballero. En tales papeles se podía leer algo así como esto:
«Siendo usted tan bonita le saldrá enseguida novio» o «Este año recogerá una buena cosecha». O algo más extenso relacionado con la salud, el amor o los bienes materiales.
A la tarde temprana, cuando todo volvía a tener más animosidad y las gentes incesantes participaban en todos los carruseles que funcionaban continuamente, notó el señor Prudencio que Moro no trabajaba como otras veces, que estaba distraído.
Pensó el buen hombre si estaría enfermo o asustado. Pero no.
Ocurría que por encima de ellos, en lo alto del histórico Arco, había otros pájaros de su especie y al oírles piar se sintió atraído por ellos; luego quiso verlos y, sin licencia de su amo, hasta allí voló. El Sr. Prudencio y todos los que estaban allí esperando su «horóscopo» miraron asombrados como el tordo volaba hacia arriba.
Después de un rato y viendo que no volvía, el buen señor comenzó a llamar a quien tan cuidadosamente había adiestrado y en quien había puesto toda su ilusión, acompañado por la chiquillería allí agrupada que hacía de la llamada un soniquete.
«¡Moro! ¡Moro baja; que eres mi ruina!»
Pero a Moro allá arriba le debieron profesar un buen recibimiento y de seguro que al verlo tan gordo y lustrado alguna tordita le dio el pico, pues no bajó.
Prefirió, en vez de cooperar en ellas, ver libremente desde lo alto las espléndidas Ferias en su completo apogeo; panorámicamente...

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