20 oct 2009

Por Arévalo y sus hijos

Tenía hace días el propósito de comentar desde estas columnas, el acto heroico realizado por mi excelente ami­go el capitán de infantería Luís Vara López de la Llave, el acto hermoso reve­lador de su valor y su pericia pero a decir verdad no me cogió de sorpresa por que conozco muy bien a Luís y sé de lo que es capaz.
Los rotativos han relatado su hazaña, han presentado al militar español impertérrito en su puesto, aguardando a pié firme la lluvia de balas, con el sable desnudo, arengando a sus soldados, que nadie con más motivo puede llamar hermanos, pues como a tales les trata en la paz y en la guerra. Todo esto nos lo han dicho los periódicos de la corte por que esto vieron sus corresponsales en el militar, mas no pudieron juzgar de toda la grandeza del acto sin conocer a fondo al hombre, este hom­bre que momentos antes vio caer exá­nime a su pariente querido Eusebio Re­villa, que murió combatiendo como un león, y que yo lo sé por que le conozco, mientras su acero despedía rayos y sus labios soltaban enérgicas palabras de mando, allá en su corazón delicada­mente tierno caían lágrimas silenciosas, lágrimas ardientes que le quemaban, que el militar se veía precisado á ocultar y que el hombre bueno y noble dedicaba como póstuma y sentida ofrenda a la memoria de su querido deudo, del amado soldado.
El suceso tiene la poesía que tiene todo lo grande y el eco recogió pronto la fragancia de esta poesía que llegó hasta su pueblo natal, el que por boca de su representante mas genuino el Alcalde presidente, pide hoy que se condecore el pecho del bizarro capitán con la Cruz Laureada de San Fernando, re­compensa merecida que creemos tam­bién han solicitado sus compañeros de armas.
Mil plácemes merece por esta peti­ción, que dicho sea de paso, yo no hubiera hecho tan humilde pues cuando como ahora se demanda con justicia, no hace con la rodilla en tierra, sino con la cabeza erguida y el continente digno, mas este es un pequeño lunar que debe perdonársele a D. Manuel Martín Sanz, en gracia a su bonísima intención. Y puesto a aplaudirle digamos también que muy pronto algunos hijos ilustres de Arévalo, tendrán una calle, entre ellos el ya referido capitán Vara.
Al Sr. Martín Sanz y a los señores concejales que tomaron tales acuerdos, envío en estas líneas mi sincera felicitación.
Hora era, que reparáramos siquiera sea en parte el olvido en que hemos te­nido a nuestros ilustres paisanos para los cuales hace ya mucho pidieron ho­menaje debido en distintas ocasiones, algunos jóvenes entusiastas en las glo­rias de Arévalo, muchos de ellos glorias nacionales, Eulogio Florentino Sanz, García Fanjul y Díaz Vara, van á ver inscritos sus nombres en imperecedero mármol, Juan de Sedeño ya hace mucho disfruta ese honor, pero ¿y Alon­so Díaz de Montalvo y Mamerto Pérez Serrano? ¿Y otros cuantos que se me han escapado a la memoria? ¿Para cuán­do se deja el honrarlos como su memo­ria se merece?
Nunca mejor que ahora, nuestro ilus­tre Ayuntamiento que como se ve ya ha dado el primer paso, debiera tomar la iniciativa y en una velada magna para la cual debiera invitar a algunos caste­llanos ilustres, abrir una suscripción popular para costear una lápida con los nombres de todos los arevalenses nota­bles que sería colocada en el salón de sesiones del ilustre Ayuntamiento.
Creo que esta fiesta de justicia se debiera celebrar en amplio salón, el mis­mo día que se descubrieran las lápidas encargadas ya con el objeto antes men­cionado.
Quiero hoy exponer esta idea al Mu­nicipio en primer lugar, al elemento culto de Arévalo y muy especialmente a los queridos amigos antiguos compa­ñeros en El Despertar que ya sobre esto algo dijeron, Nicasio Hernández Luquero, Manuel Jiménez Muñío y Félix Pérez Serrano, que creo de todo corazón se asociarán a la idea y a su realización consagrarían su actividad y su talento.
Heraldo Mercantil
30 de octubre de 1909

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