16 oct 2009

Mi bodega

En la cumbre derecha del retorcido y cochambroso río Arevalillo, por dentro del lienzo de la antiquísima y desaparecida muralla que unió el venerable «RINCÓN DEL DIABLO» con el histórico y mutilado Castillo, está situada MI BODEGA, del que pro­bablemente sería lóbrega mazmorra de aquellos despóticos y temibles tiempos del feu­dalismo, donde, como es sabido, la tiranía, el absolutismo y la ostentación se derramaban por doquier, encarnada en aquellos violentos señores de Horca y cuchillo, pendón y caldera.
Dice la tradición que en siglo XVIII, por virtud de la desamortización, un «Arrie­ro» de los que tan maravillosamente pintaba el Príncipe de los Ingenios utilizó la cueva como morada, viviendo y conservando en ella, vino, aceite y otros artículos bebestibles y alimenticios que después vendía con moderada ganancia en nuestro concurrido mer­cado, tomando desde entonces, la mencionada cueva, el nombre de tan popular y míse­ro mercader, que hoy, a pesar de los años transcurridos sigue denominándose la bodega «El Arriero».
El barrio de la fortaleza mermaba considerablemente. Las pequeñas covachas de zarzas y adobe, adosadas a las recias cortinas de la muralla, fueron victimas del tiempo y de los hombres. Muere el «Arriero». Su oscura vivienda se convierte en albergue de gitanos, mendigos y gente de mal vivir.
Las tropas francesas desmantelan el Castillo, destruyen la muralla y utilizan la Bo­dega y el bardal que la rodeaba, como refugio magnífico, silencioso e impenetrable.
Don Rubén Varadé Sisí, arevalense acomodado, hombre de señalada reputación y ciegamente enamorado de la agricultura y de la botánica, compró el corral y la Bode­ga, por el año 1.880; seis años después de representar por vez primera, con admirable acierto, la alcaldía de nuestro pueblo; y la compró para depositar en ella los sabrosos caldos que recolectaba de los majuelos de su propiedad, escrupulosamente cultivados y rodeados de árboles frutales en las proximidades de la «Cuesta de la Cabeza», a mano derecha del polvoriento camino de Sinlabajos.
Pasan unos lustros; Don Rubén construye el Aviadero, reviste la escalera que ha­bía cavada en la tierra dura y parda, y hace tres cuadradas chimeneas por donde sigue saliendo el gas ácido carbónico cuando los mostos están en periodo de fermentación tumultuosa.
Los negocios del infortunado señor Varadé, cada día iban a menos y para cubrir ciertas necesidades, que no son del caso referir, viose obligado el desventurado señor, a sacar dinero del Pósito, mas como le fue imposible cumplimentar la liquidación, el Ayuntamiento, se quedó con la Bodega, vendiéndola en pública subasta, a Don Lucia­no Muriel de la Vega, el cual se la cedió a mi señor padre en escritura otorgada ante el notario que fue de esta ciudad, Don Juan Baró Sánchez, con fecha 7 de Enero de 1910.
En 1911 para mayor comodidad de las operaciones vinícolas, mi señor padre manda edificar e instalar el lagar que vemos en la parte alta del alcacel y practicando someras excavaciones en la habitación que hoy llamamos el «Libatorio», los obreros, hallaron un fardel con un martillo de dos cabezas troqueladas, un tarro con ungüento gris y diez o doce monedas de hierro que no revelaban los años, pero que sin duda, pertenecían a uno de aquellos soberanos de la nobleza que acuñaban moneda, fijaban derechos y deberes, enristraban la lanza y no reconocían más ley, que Dios y su espada.
La Bodega, tiene catorce metros de profundidad descendiéndose a ella, por una escalera suave y tendida, ligada a una rampa de veintidós metros de longitud.
La solidez de sus arcos y machones y los techos abovedados y revestidos de cal y ladrillo, acreditan la construcción del siglo XV a cuya época se remonta -según los arqueólogos- la tétrica y legendaria guarida.
A la muerte de mi señor padre, Don Alfredo Perotas Prado, ocurrida el 9 de Julio de 1.935, el cronista se hizo cargo de la Bodega, manteniendo con la constancia y fuerza de voluntad de que somos capaces, el ritmo acelerado y progresivo que supo impri­mir y sostener mi querido e inolvidable antecesor.
La desmedida afición que siempre tuve a la elaboración y crianza de nuestros vi­nos, unida al extraordinario entusiasmo y admiración que siempre sentí por el periodis­mo, me han impulsado a evocar en la Bodega, los anales de la historia de este mi querido pueblo, dedicando la nave de la izquierda a la memoria de los hijos de Arévalo que a nuestro juicio se han distinguido y destacado en el campo de la ciencia, de las artes y de la inmortal literatura.
La nave del fondo seca y confortable honra la memoria de la prensa arevalense. Cada cuba de cuatro y cinco mil litros de capacidad, ostenta el nombre de uno de los periódicos publicados en Arévalo desde que mis expertos paisanos tuvieron la feliz in­tuición de conducir en nuestro pueblo ese vehículo indestructible de cultura que se lla­ma Prensa.
Y para que nada falte en tan acogedora «cueva» hay una pequeña habitación lla­mada «Libatorio» donde el buen humor tiene su trono y la alegría se difunde y vivifica con los grotescos dibujos de Pedro Donis, los rústicos banquillos y el raquítico tablao, testigo mudo de cuchipandas, chascarrillos y canciones populares.
De todo ello, querido visitante, indígena o de adopción quiero hacerte partícipe: A tí le la ofrezco para que te recrees en ella, bebas el delicioso néctar de sus entra­ñas y estampes tu garabatosa firma en el curioso "albún", para recuerdo de generaciones futuras, deleite de escudriñadores y satisfacción de tu mejor e incondicional amigo.

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