
¿Oísteis las doce campanadas en los relojes públicos de la ciudad? Es la hora solemne en que el año llega al fin de la jornada. Noche de Diciembre!... Diríase que la Naturaleza misma, sabia por excelencia simboliza en la hora solemne, la muerte de los seres y de las cosas. Muere el año, y no obstante la intangibilidad de Cronos, se nos antoja un cadáver envuelto en el sudario que nuestra fantasía imaginó con retazos de añoranzas pretéritas o con indefinidos cendales de nuestras visiones del mañana Le vimos camino de la Eternidad, camino sin fin, lleno de interrogantes, de misterios indescifrables..¡Un año más! ¡Cuántos millones de seres lanzarán amargamente la exclamación simbólica! ¿Los ancianos que presienten la hora triste bajo la nieve de sus cabellos venerables? ¿Los desgraciados que cayeron en el abismo de la enfermedad crónica? ¿Los que vieron hecho jirones en los zarzales de la Vida ruda el encanto de sus risueñas ilusiones? ¿O aquel que por vez primera siente la amenaza de la senectud al encontrar entre sus cabellos la primera hebra de plata? ¡Un año más! ¿Quién no ha sentido en el alma toda la amargura de la frase símbolo, no ya de nuestro pretérito sentimental sino de nuestra inquietud ante el mañana impenetrable?El año nuevo nos ofrece un horizonte velado por el manto siniestro de la noche; fulgen las estrellas en la bóveda ideal como una promesa de luz en la noche invernal.... Poco a poco el horizonte ennegrecido nos mostrará la maravilla de rubios cendales... El sol en medio de su mutismo solemne nos hablará de un nuevo día y cual hojas del Almanaque nos dará con sus nuevas auroras solución a la charada de ayer.Llegará la primavera ubérrima; despertará la campiña dormida; la ley de la reproducción vestirá de gala los valles y los montes, el agro y la alameda, y como delicada ofrenda, los rosales mostrarán el encanto de su fruto perfumado. Hablará la Vida en la Naturaleza, y su lenguaje nítido nos invitará a una profunda meditación...Correrá el tiempo; pasará el año y otro.. y otro... Los niños preguntarán con impaciencia: «¿Cuándo llegan las vacaciones? ¿Cuándo es mi santo? ¡Cuánto tarda en llegar! Cuando yo sea mayor.. ¡Cuando sea hombre!..» Desearán que el tiempo corra muy aprisa, muy aprisa...Los viejos, en cambio, al sentir las doce campanadas con que Diciembre se despide, exclamarán mesándose la blanca cabellera o acariciándose la venerable calva reluciente «¡Un año más!...»Corred, corred jóvenes anhelantes buscando impacientes el mañana precursor de la ventura soñada... La Vida os reserva aun muy gratas sorpresas. Al fin, la Esperanza, el Anhelo, el Ideal, para justificar vuestro legítimo deseo de que el Tiempo pase raudo, veloz con alas de mariposa...Y vosotros, viejos venerables, que soportáis con pena las huellas de los días vividos, en las arrugas de vuestro rostro, que presagiáis a cada nueva aurora la proximidad de vuestro ocaso, no os empeñéis en vislumbrar el fin de la jornada. Volved la vista; hojead el libro de vuestra vida detenidamente, que en él hallaréis recuerdos de juventud y de amor... y cuando ya os veáis obligados a mirar hacia adelante ante la proximidad del peligro, contemplad al hijo en el que os habéis reproducido, y os consolaréis pensando que aún queda tras de vosotros un pedazo de vuestra propia vida… Los que no hayáis tenido la satisfacción de reproduciros, si es que a vuestro paso por la vida habéis sido dignos, nobles, honrados; si habéis llevado a cabo acciones laudables, sentiréis fortalecido vuestro espíritu por la satisfacción del deber cumplido, pues no ha de olvidarse que una acción, un concepto vertido, aquello que parezca insignificante, puede tener en nuestra vida de relación una trascendencia insospechada.¿Oísteis las doce campanadas en los relojes públicos de la ciudad? Es la hora solemne en la que el año llega al final de la jornada…Atrás va quedando la vida entre las garras del tiempo implacable; atrás días de juventud y amor; horas de suprema ventura para siempre…. El año nuevo nos espera, mas no tratemos de interrogarle. Echémonos en sus brazos pensando únicamente en sus caricias de niño, no en el golpe siniestro con que pueda amenazarnos en la loca carrera de sus horas enigmáticas.
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