A solas en mi cuarto, mirando pensativo el desordenado montón de cuartillas para nuestro semanario, las abejas del recuerdo vienen, zumbando laboriosas, a mi mente.
Era un día de invierno. Lucía el sol después de rasgar el cielo la niebla. Corríamos unos cuantos muchachos hacia el paseo de la Alameda, alegres y descuidados como gorriones de arroyo. Cerca de la casa de Barrado, un hombre pálido y delgado que, como Byron y Castrovido, sosteníase en dos muletas, pasó frente a nosotros y nos vio marchar con llanto en los ojos y frío en el alma.
No sé lo que pasó por mí. Cuando llegamos al paseo, ya no tenía ganas de jugar y me quedé muy solo sentado en un cantón de la glorieta; “Ese hombre va a morir” –pensé- “¿Porqué se mueren estos hombres?...” Tenía yo entonces doce años… Y en mi cerebro este día invernal se rasgó la sombra débil de la niebla y entró el sol venenoso de la literatura. Mi primer trabajo apareció a los tres días siguientes en un periódico de Medina. Ángel Macías fue nuestro Maestro de la pluma. Le vimos, emocionados, sobre el pedestal del “Heraldo” y del “Despertar”. Le vimos en la cárcel como en un palacio de quimera. Le vimos sin vida, flotando sobre la oscura masa del pueblo arevalense, presidiendo en espíritu la silente manifestación dolorosa.
No conoció Macías LA LLANURA. De haberla visto levantar el adormecido espíritu de la ciudad, su risa de acero habría triunfado.
Todos los que hacemos estas limpias hojas de nobleza y verdad con el tesón que heredamos del Maestro, ponemos sobre la losa de su sepulcro una corona de violetas. El día 15, ayer, catorce aniversario de su muerte, tuvimos unos minutos de meditación. Y después del silencio, nos sentimos más fuertes que nunca, más nobles y mas honrados que nunca, dispuestos a seguir su estela de luz y verdad.
Que el pueblo nos siga. Que el pueblo no le olvide. Así sea.
Era un día de invierno. Lucía el sol después de rasgar el cielo la niebla. Corríamos unos cuantos muchachos hacia el paseo de la Alameda, alegres y descuidados como gorriones de arroyo. Cerca de la casa de Barrado, un hombre pálido y delgado que, como Byron y Castrovido, sosteníase en dos muletas, pasó frente a nosotros y nos vio marchar con llanto en los ojos y frío en el alma.

No conoció Macías LA LLANURA. De haberla visto levantar el adormecido espíritu de la ciudad, su risa de acero habría triunfado.
Todos los que hacemos estas limpias hojas de nobleza y verdad con el tesón que heredamos del Maestro, ponemos sobre la losa de su sepulcro una corona de violetas. El día 15, ayer, catorce aniversario de su muerte, tuvimos unos minutos de meditación. Y después del silencio, nos sentimos más fuertes que nunca, más nobles y mas honrados que nunca, dispuestos a seguir su estela de luz y verdad.
Que el pueblo nos siga. Que el pueblo no le olvide. Así sea.
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