4 feb 2010

Cuatro arcos, un castillo, una torre y una tela india.


Según referencias autorizadas, hará unos cuarenta y tantos años que la atrevida e irresponsable piqueta municipal tiró abajo en Arévalo cuatro bellos arcos, y, poco después, bombos, troneras, fosos y cuevas del castillo. Se alzaban los cuatro arcos a que aludo en los lugares siguientes: a la entrada del puente del cemen­terio, en las Almenillas, a la sali­da de la calle de San Juan y en la Encarnación.
Se necesitaban empedrar calles y colocar aceras, y al Ayuntamiento de aquel entonces no se le ocurrió otra cosa que echar abajo bellezas artísticas y sagra­dos recuerdos del pretérito. Lo que extraña y llena de asombro, es cómo el pueblo no se estremeció al reducir a escombros sus cimientos fundamentales. Esta pa­sividad, bien meditada, da una idea de pereza mental, de insen­sibilidad y de amodorramiento, que indigna, por no decir repug­na y avergüenza.
Es preciso desempolvar nues­tra historia local, y aunque el aire moleste a quienes no pueden colocarse ante las conciencias ciu­dadanas para explicar atentados inconscientes, un sagrado deber nos obliga a hojear el libro del pasado, para que el sol de la ver­dad le alumbre y desempolille.
Mal hecho es mal muerto; pero mal hecho es freno del mal que piense hacerse. Y nunca sobra una voz de alerta en el silencio para dar siquiera señales de vida. De todas formas el trampolín de la indiferencia aun está dispuesto a lanzar recuerdos y reliquias, aunque pecaríamos de pesimistas, sino creyéramos que el salto a la nada habrá terminado con el de­rrumbamiento de la torre de la iglesia de San Nicolás, que, muy en breve, con permiso oficial y reglamentario, va a caer corno un gigante, herido fatalmente, en la fosa común, sin pena ni gloria.
Dos o tres veces hemos pre­senciado agitaciones ciudadanas: una pidiendo pan barato y la otra o las otras dos rugiendo la opi­nión amenazante e iracunda: «¡novillos!» «¡novillos!» Es curioso: nuestro pueblo ha bailado siempre la más sincera danza hispana al compás castizo y mar­choso del conocido pasodoble «Pan y Toros», zarzuela popularísima. Esta herencia procede, creo yo, de nuestro bárbaro ante­cesor y paisano el alcalde Ron­quillo, que en gloria esté.
Sí; esta herencia al encogerse de hombros, al tirar monumentos artísticos y al creer en nuestra superioridad racial, nos viene del alcalde Ronquillo. Este buen se­ñor que vivió en la plaza del Real, solo salió de su hura para arrodillarse ante el verdugo centralista y extranjero, para oponerse al triunfo de las sagradas co­munidades de Castilla, y para quemar –destruir- el castillo de Medina del Campo.
Desde aque­lla época -salvo raras y, por lo mismo, muy respetuosas excep­ciones, que no viene a cuento citar- todos los compañeros de mando de este temible regidor, en cuanto han visto desde el bal­cón del Concejo -de tres Conce­jos- la fachada dura y plana de la casa del antecesor histórico, hanse apresurado ciegamente a destruir bellezas del castillo, arcos, igle­sias, conventos, torres y casonas y mal lo habría pasado Arévalo si alguno de estos Ronquillos en lu­gar de oír sonar palmadas de algún corro jaleador, hubiera oído el estruendoso berreo del re­baño. Por fortuna -lamentable fortuna- casi siempre, solo el eco ha respondido al ruido mortal de la piqueta.
Aparte de cuanto he citado, tienen que haber desaparecido de Arévalo muchas reliquias de va­lor artístico y religioso. De todos es sabido que ha existido otra iglesia, la de San Pedro, enclava­da en el muy moro barrio del mismo nombre, y los conventos de la Trinidad y de la Encarna­ción. Riquezas habrían de tener; pero emprenderían un raid lejaní­simo. Por lo que se ve, en todas las épocas ha habido aviones.
El ilustre pintor Chicharro, en la crónica que en su número pa­sado publicó LA LLANURA, debida a la pluma maestra de Hernán­dez Luquero, visitando Santa Ma­ría la Mayor, «miraba, elogiándo­la, la urdimbre fina, rara y un algo descolorida ya, de una tela india que hay cubriendo la entra­da de una capilla».
Caso estupendo, esta tela india según mis noticias, que desearía no se confirmasen, ha volado hace algún tiempo, y de ella se han hecho unas cursis cortinas de alcoba. Doy la noticia con toda clase de reservas, y riéndome, no sé si lleno de buen humor o de asco, pensando que al hacer unas cortinas de esta tela india, se han perdido miles de duros, habiendo cortinas muy bonitas en los alma­cenes de la señora viuda de Ferrero y en la tienda de Sobrino y Sucesor de Genaro Rodríguez -por no ir más lejos- a siete cin­cuenta.

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