22 ene 2010

El retablo de San Miguel

La noticia me produjo la impresión de una bomba. Una mina que a mis pies estallase, no me hubiera causado más impresión que lo que me dijo un arevalense.
- Se ha hundido la techumbre de la Iglesia de San Miguel.
Anhelante inquirí:
- ¿Y el retablo?
- ¡Hecho pedazos! – dijo mi amigo bajando entristecido la cabeza.
Sin perder un momento, acudí rápidamente al lugar del suceso. Un gran tropel de curiosos rodeaba la vetusta y desvencijada iglesia, que fue albergue de uno de los retablos más maravillosos de España.
No sin grandes esfuerzos y haciendo valer mi condición de arquitecto y periodista, conseguí introducirme en el templo. Allí se encontraba la muchedumbre mirando con dolor las ruinas de lo que fue de un valor incalculable.
Fijé mi atención, y a la vista de la catástrofe, tuve que hacer grandes esfuerzos para contener una lágrima. El retablo, el maravilloso retablo de estilo primitivo flamenco del siglo XIV, si no estoy mal informado, era ahora un montón de piedras, ladrillos, yeso y pintura. La obra de arte que tuvo un valor incalculable, viose transformada por obra y gracia de la incuria y del abandono, en informes ruinas, en inútiles cascotes, en densa e irrespirable polvareda.
Arévalo tenía una joya: el retablo de San Miguel; valía muchos miles de duros y poseía además un valor artístico inapreciable. Al cerrar la iglesia, al apartarla del culto, al esxacrarla, debieron trasladar el retablo, o haber tomado las medidas conducentes a su conservación. No solo Arévalo, España entera debía de estar interesada en que el retablo de San Miguel, la joya de Arévalo, subsistiese y se conservase. Pero el retablo lo abandonaron a su suerte; y la acción destructora del tiempo iba dejando huellas mortales sobre él. Hasta que se hundió la techumbre arrastrando en su caída el retablo y entonces, cuando ya no había remedio, todos se lamentaban y condolían de ello, y bajaban la cabeza al sentir la violenta acusación que les lanzaban sus conciencias. Empezaron las disculpas: “No era nuestra incumbencia” ... “Se hizo lo que se pudo”… “Ya lo íbamos a quitar”… Pero el hecho es que allí mismo, a sus pies, yacían inmóviles los restos, que eran testimonio indubitado del abandono, a la vez que un cruel monumento a la incultura y a la desaprensión.
Todos, la cabeza baja, pensaban: "¿Qué dirán en España y en el mundo cuando se sepa?"
Y Arévalo, -la ciudad de Arévalo, la histórica población que fue un día emporio de Castilla– independientemente de lo que pensasen e hiciesen sus habitantes, se vistió de luto.
……………

No te asustes, lector. Serena tu espíritu sobrecogido por la terrible noticia, y reflexiona.
Es falso lo que hemos dicho. El retablo está en su sitio y sigue teniendo su fabuloso valor. No sabemos que esté para hundirse la techumbre de San Miguel. Por consiguiente, nada se ha perdido aún. Pero no todo lo que hemos dicho es falso. El retablo se perderá irremisiblemente si no se acude en su ayuda; el tiempo y los pájaros dejan en el sus huellas destructoras. Si no se acude rápidamente en su socorro, pronto lo que antes hemos dicho será una terrible realidad.
Nosotros no podemos silenciar este hecho, antes de que suceda la catástrofe que se prevé, y si calláramos, sería hacernos cómplices de ella. Por eso dirijo un llamamiento angustioso en nombre del pueblo, a las autoridades civiles, a las eclesiásticas, al Excelentísimo Sr. Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, a la Cámara de Comercio, a todas las fuerzas vivas de esta localidad a fin de que se luche, se trabaje y se consiga poner todos los medios posibles, para evitar la perdida del valioso retablo de la Iglesia de San Miguel; perdida que sería un baldón para Arévalo, y una desgracia nacional.

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